Todavía no alcanzó el rango de cabo. Para ello, primero debe esperar cinco años y rendir exámenes que justifiquen su ascenso. Entonces, al personaje “real” de esta historia le cabrá bien ser identificado como policía Abraham Carballo, así, sin adornos.
Dramatizar aún más su vida sería un acto empalagoso. Ya, desde el vamos, el presente y la procedencia del muchacho, de 23 años, dirigen el relato hacia el tinte emotivo, casi en un efecto por inercia: su salario no es de los más sustanciosos. Es por ello que, en sus jornadas fuera de servicio, el cochabambino trabaja como albañil, como guardia de seguridad privada y también conoce el oficio en la granja.
“A veces hay construcción de casas. Las personas que me necesitan me llaman y voy. Sé levantar paredes y realizo revoques. Además, voy a las granjas y estoy de seguridad en las noches. Es mejor aprender”.
Es “a todo terreno”. Abraham nació en Chimboco (Trópico), pero radica en el pueblo rural sacabeño de Patati junto a su mamá Julia, de 61 años, y su hermana menor Jhosselín, de 19. “Ya no contamos con el chaco del Chapare. Lo vendió mi mamá. Mi papá falleció cuando yo tenía 7 años. Vine al mundo en el momento en que ambos enfrentaban problemas económicos. Peleaban. Mi padre tomaba alcohol. Para mi madre fue difícil sacar adelante a nueve hijos. Con el dinero de la venta hicimos construir nuestra nueva casa en Patati. La de antes era de adobe”.
Sabe que sumar aprendizaje le servirá, luego, en cualquier situación de emergencia. No se queja.
Abraham trabaja, durante 48 horas seguidas, en la Radio Patrulla 110. Allí monitorea las cámaras con el conocido ojo vivo.
Otra de sus labores es recibir llamadas en el 911. Dos días de mantenerse alerta, por dos de “descanso”. Sí, entre comillas, porque el efectivo duerme poco y aprovecha el tiempo para hacer más dinero, no por instinto ambicioso: necesita los pesos para alimentarse lo mejor posible y mantener vivo su deseo de ser uno de los mejores 10 atletas élite de la nación en carreras pedestres de 10 kilómetros.
Lo que gana en la Policía Boliviana (que no es mucho y tampoco viene al caso desmenusar el monto) lo divide para pagar la deuda que adquirió con una entidad bancaria, que le facilitó el dinero para que él pudiera pagar sus estudios en la ex Escuela Básica Policial (Esbapol). Sacó un crédito y ahora lo devuelve.
“Debo administrar muy bien mi salario. Una parte va para mi comida y la otra, para cancelar mi deuda. Me hice financiar para vestir este uniforme”.
Cada cosa en su vida le costó. Todo parece indicar que el panorama no cambiará demasiado para el futuro cabo.
Abraham, que decidió servir a la patria como efectivo del verde olivo porque desde muy chico sintió admiración hacia el universo policial, tiene una segunda pasión, más allá de las armas y el monitoreo: correr.
El puesto octavo que conquistó hace unas semanas, en Colombia, significó su primer logro internacional como atleta. Nunca antes había competido fuera de Bolivia, por lo que la cosecha en la carrera pedestre 10K adquiere un halo especial.
Su participación fue posible “gracias” (se encarga de resaltarlo con frecuencia durante el relato) a la Policía Boliviana, que lo apoyó con pasajes, el trámite de su pasaporte y los gastos de estadía. Surtió efecto la apuesta, pues en la contienda se anotaron alrededor de 13 mil personas.
“Otra persona que también me ayudó fue Charly, quien en mi etapa formativa en la Escuela me instruyó en armas. Estoy muy agradecido con la Policia, con los jefes, con el coronel Miranda Zamorano, con el Comandante Departamental de la Policía Boliviana y el Comando General”.
Pero el top 10 que ocupó en suelo cafetalero resulta ser la punta el iceberg, poco más que el producto del devenir de un gusto que nació cuando Abraham cursaba el colegio.
Fue en 2012, cuando, sin entrenamiento previo, ganó una carrera pedestre y obtuvo una bicicleta como premio a su destreza osada. En aquel entonces, las condiciones económicas en la familia eran precarias y comprar una bici se constituía en una suerte de deseo imposible para el bolsillo.
“Ahí descubrí que era talentoso. En el colegio, el profesor de educación física me decía que me preparara. Participé, entonces, en 2013 en los Pluris. Llegué a La Paz. También gane un nacional de juveniles Sub 19 en 5 kilómetros”, desempolva.
Está obsesionado con una tarea que cree cercana: bajar su tiempo. Considera que solo así podrá meterse en la pelea de ubicarse entre los primeros 10 de los élite que triunfan en las tradicionales 10K Presidente Evo.
En ese tipo de contiendas, los premios son en efectivo. Y eso es lo que necesita el policía.
Los trofeos son un elemento simbólico tras la batalla ganada. Abraham (que también ayuda en la cosecha de arvejas que doña Julia lleva a cabo en casa) prefiere regalarlos. No es adepto a coleccionarlos. Si alguien le pide alguno, se lo obsequia con total desprendimiento. No por algún tinte de resentimiento, sino por nulo egoísmo.
El policía necesita dinero para continuar invirtiendo en su carrera y, esencialmente, en su alimentación.
Es por eso que no tiene reparos a la hora de solicitar que las empresas apuesten por él y lo auspicien.
Como señal de gratitud, se pondrá la “mallita” con el logo de la firma y correrá. “A ver si se aparece, por ahí, alguna empresa o persona que quiera auspiciarme para que continúe con este deporte. Si no hubiera, también seguiré adelante con mis propios recursos. Antes no tenía nada. No sabía cómo lograrlo. Ahora cuento con una profesión, ya tengo alguito más para solventarme”.
Abraham, con pasado frustrado como futbolista, fue segundo (categoría militares y policías) en la Media Maratón Power, que se efectuó el domingo 28 de octubre.
No se encuentra afiliado a la Federación Atlética de Bolivia (FAB) y sabe que ese es un requisito elemental en su intención de ser un competidor con todas las letras.
Hacia allá va Abraham. No hay nadie que desvíe su deseo.
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