En julio de 2007, muchos habitantes de la capital francesa se rieron de su alcalde, Bertrand Delanoë, cuando anunció la creación de un sistema público de alquiler de bicicletas, destinado a reducir el tránsito vehicular de París.
En los primeros meses del servicio, denominado Vélib’, por “vélo” (bicicleta, en francés coloquial), y liberté, los escépticos parecían tener razón.
Mientras la mayoría de los parisienses desdeñaban las pesadas bicicletas públicas, de 23 kilogramos, otros las destruían o las robaban. Durante el primer año, 8.000 rodados de Vélib’ desaparecieron y otros 16.000 fueron vandalizados, según información oficial.
Otros inconvenientes desalentaban el ciclismo urbano cotidiano: la exigencia del abono, el precio elevado del servicio, el esfuerzo físico que produce en verano efectos secundarios indeseables para una población famosa por su esmerada apariencia personal, y el caótico tráfico de París, temido por sus altos riesgos.
Y, sin embargo, cuando Vélib’ celebre su primer quinquenio, el 14 de julio, también festejará un éxito innegable: en cinco años, 138 millones de personas utilizaron las 23.000 bicicletas de alquiler y el sistema dispone de 225 mil abonados en una población urbana de 2,3 millones.
Además, en este lapso sólo seis personas murieron en accidentes de tránsito que involucraban una bicicleta de alquiler. El sistema también ha ganado adherentes: 31 comunidades del entorno de París se han asociado a Vélib’, que sirve de modelo para otras 34 ciudades francesas.
La administración de París afirma incluso que Vélib’ se ofrece como ejemplo para un desarrollo semejante en varias urbes del mundo, desde la australiana Melbourne, hasta la estadounidense San Francisco.
En 2011 Vélib’ alcanzó su nivel de rentabilidad y seguramente producirá beneficios en 2012.
Para Delanoë –un político sobrio y extremadamente reservado, que en 1998 se declaró homosexual–, el triunfo de Vélib’ es también la confirmación de que su política de transporte, controversial al principio, es correcta, una revolución benigna para una ciudad agobiada por los embotellamientos y la contaminación ambiental.
“Hace cinco años, yo no imaginaba que los resultados de Vélib’ serían tan buenos”, dijo Delanoë a Tierramérica.
“Mi propósito era ensayar una política distinta, ayudar a los parisienses a reconquistar su independencia y libertad en el tránsito y, al mismo tiempo, reducir la contaminación del aire”.
Es una experiencia exitosa.
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