26 marzo 2017

Por los 32 años de creación de El Alto, un grupo de jóvenes subió a la cima de su protector: el Huayna Potosí.



Así como La Paz tiene su referente en el sur con el Illimani, El Alto cuenta en el norte con un guardián inmortal, blanco e inmenso. Al verlo desde cualquiera de sus calles da la impresión de que es inalcanzable, de que pese a la acometida impetuosa del calentamiento global seguirá estando al final de la avenida Ballivián como guerrero níveo de los sueños alteños. Como parte de los actos conmemorativos por los 32 años de El Alto, un grupo de la Unidad de Turismo del Gobierno Autónomo Municipal de El Alto (GAMEA) emprende el reto de ascender al nevado y hacer flamear la bandera, como muestra de orgullo y homenaje por la tierra que los acoge.

A pesar de su altura (la cumbre se encuentra a 6.088 metros sobre el nivel del mar), el Huayna Potosí es uno de los cerros preferidos por los andinistas debido a sus características de ascensión y por su nevado macizo. De hecho, decenas de turistas nacionales y extranjeros arriban a este lugar cada día con el desafío declarado de llegar a lo más alto del imponente cerro.

El descenso también es laborioso y por eso hay tiempo para descansar.

El Señor de Piedra

No existe una leyenda que explique el origen del Huayna Potosí, solo se sabe que se trata del Joven Bramador, el “de los ruidos subterráneos que se oyen por el valle de Zongo que se abre a sus pies, o por el fragor de los aludes que bajan de la cumbre”, escribe Fernando Díez de Medina en el libro Nayjama, introducción a la mitología andina, quien también explica que su nombre primitivo es Ka-Kaa-Ka, es decir Señor de Piedra, aquel que lidió una lucha con Shuru Apu o Señor de la Luz (Illampu), Hila Humani o Señor de Agua (Illimani) y Huayra Apu o Señor de Aire para determinar cuál era el más grandioso, y que terminó con la decapitación de este último, que significó la creación del Mururata y el Sajama.

Al alejarse de la plaza Ballivián, de sus calles atosigadas con minibuses de servicio público y buses que se niegan a salir de circulación pero que sí son capaces de quedarse en medio camino con tal de recoger pasajeros, con voceadores y comerciantes que ofrecen sus productos a voz en cuello, de a poco uno se va alejando de lo urbano de El Alto para ingresar al distrito 13. De la misma manera, uno toma distancia del calor de las casas y el tráfico vehicular para acercarse cada vez más al frío hipnotizante del altiplano. La ruta es agradable, pues se disfruta de lagunas de colores —como el rojo o el turquesa—, miradores desde donde se observa el Illimani, el Mururata, el otro extremo de El Alto e, incluso, parte del lago Titicaca, para seguir luego por Alto Milluni y su cementerio histórico, donde más de un visitante se queda un instante a contemplar los sepulcros que —juntos— se asemejan a un pueblo en miniatura.

Durante una tormenta de nieve y en los límites del precipicio, dos escaladores saludan con optimismo.

Antes de iniciar la caminata de ascensión es necesario llegar al campamento base, ubicado a 4.793 sobre el nivel del mar (msnm), donde se hace la última verificación en cuanto al equipo y el alimento necesarios, ya que desde allí solo resta subir. Para los principiantes, ese es el lugar donde uno se da cuenta de qué objetos sobran y cuáles son realmente necesarios, pues los pasos se hacen más cansinos y trabajosos. Es mediodía y es indispensable llegar al campamento alto lo antes posible. Reynaldo Choque, instructor del club de andinismo K-Oz, es el encargado de guiar al grupo de personas que se ha puesto como meta dejar la bandera alteña en la cúspide del Joven Bramador, que por ahora luce tranquilo y muestra su roca con pocos restos de la nieve de anoche.

Mucho antes de llegar a los 5.000 msnm, el primer cansancio se apodera del cuerpo, y la fortuna es que hay un refugio protegido por Norberto Arce. Se trata de una pequeña habitación de piedra, que para salvaguardar del frío está rellena con paja, el mismo material que sirve de asiento cómodo al encargado de este espacio. Para cobijarse de la lluvia o la nevada, dos lonas (una anaranjada y otra azul) sirven de techo a este espacio particular, que tiene un pedazo de metal para cubrir la mitad de la puerta. Este sector se encuentra en la comunidad Llaullini, en el macrodistrito Zongo, del municipio de La Paz. Norberto dice que es complicado emigrar a la ciudad, así que para subsistir crearon con Pablo Arce e Inocencio Limachi espacios para que los visitantes encuentren descanso antes de emprender el ascenso.

Con excepción del techo y la media puerta metálica, todo lo demás es de piedra, desde los asientos hasta el escritorio, donde un cuaderno grande espera que los turistas escriban su nombre completo. “Cualquier novedad, cualquier cosa que pase, tenemos la información acá”, dice el cuidador que parece no tener frío, o que de tanto estar ahí ya se ha acostumbrado.

Un escalador señala arriba delante de unas estalactitas de hielo que se formaron durante la noche.

Después del breve descanso y algunas indicaciones, es momento de continuar la marcha, que llevará al campamento alto. Es otro tramo de piedra, aunque con más nieve, donde se debe pisar con más cuidado y firmeza para no hacerse daño.

Después de unos minutos de caminata laboriosa, se llega al campo alto (5.142 msnm), donde un cobertizo pintado de rojo y negro aguarda por los nuevos aventureros. Ahí ya ha llegado una decena de turistas, la mayoría japoneses, quienes se guarecen del frío en el comedor y se refrescan con un mate de coca caliente.

Si bien son las 17.00, es momento de tomar posesión de una de las 20 literas para dormir, ya que la ascensión debe comenzar a la medianoche, cuando la nieve está firme. Como preludio de lo que vendrá, la neblina se apodera del refugio y de todo lo que lo rodea. A las 23.00, los guías y los visitantes están listos para partir. Zapatos para montañismo, pasamontañas, guantes, polainas especiales, cascos y mosquetones forman parte de la vestimenta de cada uno de los retadores del Huayna. Diego del Carpio, responsable de Promoción Turística de El Alto, es creyente de las tradiciones andinas; por esa razón, antes de subir al pico del Ka-Kaa-Ka, saca una botella pequeña de alcohol y pide permiso a la “Pacha” (vocablo que sirve para nombrar espacio y tiempo). La interacción es dar y recibir, así que cuando se echa alcohol al suelo es bueno tomar un poco. “Estaba amargo, así es que no lo bebí todo y lo eché”. Era un mal augurio.

Una laguna esmeralda forma parte de la panorámica de la subida desde el campamento base hasta el campamento alto.

Reynaldo sostiene que con una buena aclimatación y entrenamiento, cualquier persona puede subir por esta ruta del Huayna Potosí, aunque existen otras dificultades, como la cara oeste, que tiene 950 metros de escalada en hielo, algo más de 12 horas de trajín, que los aprendió de su instructor Gregg Beisly, un neozelandés que enseñó este deporte a varios bolivianos.

Escaladores y guías están unidos con una cuerda, con el fin de protegerse ante cualquier eventualidad. La principal indicación de Reynaldo es fijarse bien por donde se pisa y estar atentos a las indicaciones. Tal vez por la falta de oxígeno o por el miedo de retar al Joven Bramador, los pasos, aunque sean lentos, se hacen cada vez más complicados. A la hora, un turista español y su guía bajan al refugio. Horas después lo hacen otros europeos, quienes no ocultan su decepción y se rinden ante el cerro.

El mal augurio se confirma cuando comienza a caer una tormenta de nieve. Por momentos parece que pequeños pedazos de vidrio se incrustan en el rostro. Al mirar abajo se percibe un hueco negro y oscuro, mientras que arriba el sendero parece perderse en las nubes. En ese momento se pierden las fuerzas, tanto físicas como mentales, pero Reynaldo destella tranquilidad en sus pasos perezosos, como si estuviera en una colina. Subidas verticales, paredes a las que se vence con una escalada esforzada y trechos que se juntan con el cielo son las últimas barreras que impone el Huayna para que el grupo llegue a lo más alto. Da miedo, faltan fuerzas, se siente impotencia de no poder lograrlo, pero después de casi siete horas, cuando el destello azul del día se hace espacio en las nubes, se sabe que se ha arribado a los 6.088 msnm, un instante en el que no dejan de salir las lágrimas de alegría y el abrazo se hace de manera natural, porque se ha llegado al techo alteño. Desde allí, la vida es inmensa.


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