“Vidal Basco niño” había decretado que su dominio temporal se extendería en el campo. La quietud de la naturaleza iba a tono con su inocencia. Correr detrás de las pequeñas llamas lo hacía sentir, por unos instantes, como el rey de lo tangible. Era feliz en la simpleza. Era feliz en la carencia.
Ahora que el muchacho tiene 23 años (Oruro, 1996) y se da licencia para regresar la mirada y se deja empañar los ojos con alguna que otra memoria invasiva, ahora que “Vidal Basco hombre” es padre primerizo y trasladó sus sueños y proyectos a la vida citadina orureña, el pasado se ve un tanto difuso. Sin embargo, la esencia no cambia.
Algunas memorias se evaporaron, es cierto, pero está su mamá para reforzar los clavos flojos.
“Mi mamita me contaba que me gustaba corretear con las llamitas. Teníamos que recorrer kilómetros para llegar al colegio. Así me he formado físicamente desde pequeño. Caminábamos cerros y colinas”.
Era bueno para la tarea. Se le daba muy bien el trote, pero ni aquellos que más lo conocían podían haber imaginado que el muchacho tenía el “ADN” de fondista en la sangre. De hecho, ni siquiera él mismo lo sabía. Lo descubriría después, en los últimos años del colegio, con los Pluris (abordaremos el apartado un poco más abajo).
Hasta la preadolescencia ayudó en casa con las labores de campo. No demoró mucho en independizarse. Lo hizo a los 15, cuando era tomado como albañil, lo empleaban para la cosecha o, como no podía ser de otra manera, lo llamaban para pastorear ovejas o ganado.
Fue a los 16 cuando una pareja lo invitó a su club. Ello coincidió justamente con su incursión en los Juegos Plurinacionales Presidente Evo, cita estudiantil en la que el orureño se dio la nariz contra su verdadera pasión: el atletismo.
“El Presidente realizó buenas obras aquí en Bolivia. Gracias a eso llegué a descubrir mi talento”, analiza “Vidal Basco hombre”, el osado que, en solo un fin de semana, logró bajar dos récords nacionales: en 10 mil metros lisos, prueba que por 35 años llevó la rúbrica del cochabambino Jhonny Pérez, y en 5 mil, especialidad que hasta el sábado le correspondió a Daniel Toroya.
Caprichoso el destino, que quiso que ambas marcas se dieran en el Sudamericano de Lima, la envolvente Ciudad de los Reyes.
Una vez descubiertos los hilos que mueven sus fibras internas, ya no hay retorno.
Desde que vio que las aptitudes estaban de su lado y que los entrenadores aplaudían su tenacidad, Vidal no quitó el dedo del renglón. Y siguió. Se chocó, luego, con las competencias 10K que se organizan mensualmente, en conmemoración a los aniversarios de los nueve departamentos.
Notó que los montos que la organización entregaba como premios eran importantes y que le eran útiles para continuar con su preparación. Resolvió dejar sus trabajos temporales.
Actualmente subsiste con esos ingresos.
“No tenía recursos para entrenar seguidamente. Un mes trabajaba, otro mes, no. Después, cuando apareció la 10K, me alisté tres meses y he ganado premio. Con ese monto me sustentaba mis pasajes y alimentación para llegar a la ciudad desde mi campo. Gracias a las carreras pedestres gané dinero y arribé al centro hace cuatro años”.
Con las marcas mínimas en 10 mil y 5 mil metros lisos para los Panamericanos de Lima en su haber, el fondista avisa que dejará la vida en la siguiente parada. “Pienso dar la cara”.
CERO MIEDO A Vidal no lo inquieta la posibilidad de que le tomen alguna muestra para un control de doping. “Mi alimentación está basada en cosas naturales. No consumo farmacéuticos. No temo nada. Que me hagan controles en cualquier carrera”.
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