Bolivia obtuvo el décimo puesto, de 14 participantes, en la última versión de los Juegos Suramericanos que concluyeron el pasado viernes. Pese a la localía y a la inversión de 500 millones de dólares, no logró superar sus mejores actuaciones, de los años 1978 y 1990.
En la XI versión que se realizó en Cochabamba, Bolivia estuvo a la cola de la región, siendo superado por Paraguay y Uruguay, países a los que en algunas ocasiones del pasado se superó en número de medallas.
En Cochabamba, Bolivia logró 34 medallas en total, cuatro de oro, 15 de plata y 15 de bronce. Como comparación, en 1990 (en Perú), la delegación boliviana logró 35 medallas y en 1978, siendo local, obtuvo el segundo lugar en cantidad de medallas, obteniendo 106 en total, el más alto número jamás alcanzado.
En otra relativamente buena participación, en 1986, en los Juegos organizados en Chile, la delegación boliviana se colocó por encima de las de Paraguay, Venezuela y Colombia. En la edición que terminó el viernes, Bolivia, pese a jugar de local, sólo pudo superar a Panamá, Surinam, Aruba y Guyana.
En general, lamentablemente, Bolivia ocupa los últimos lugares del medallero. “Cocha-2018” no fue la excepción.
“Mientras no exista una política de fomento al deporte integral y de largo plazo, estos serán los resultados”, dijo la periodista deportiva Carmen Pozo a Brújula Digital. “No sólo es construir estadios, sino apoyar con material y recursos a los atletas, empezando cuando son adolescentes e incluso niños”, agregó.
Para estos juegos el Gobierno destinó 500 millones de dólares en construcción de estadios, organización de los Juegos, equipamiento deportivo y otras obras, indicó Los Tiempos. Comparado con esa enorme cifra, sólo destinó 571 mil dólares (unos cuatro millones de bolivianos), en los atletas propiamente tales, es decir el 0,1% del total.
El resultado está a la vista: solamente un puñado de atletas bolivianos, que generalmente entrenaron con sus propios recursos, sin apoyo estatal, ganaron medallas y sacaron la cara por Bolivia. Tres de las cuatro de oro, además, estuvieron concentradas en el raquetbol, el deporte bandera de Bolivia. En las 47 disciplinas restantes, el país logró sólo una medalla de oro (pelota vasca).
Los juegos serán recordados más bien por los cánticos contra el Gobierno y el hecho de que el presidente Evo Morales no haya podido ni inaugurar ni clausurar los Juegos, dos situaciones que estaban previstas desde el principio. No lo hizo por la irritación que existe entre el público, que usa los estadios para gritar “Bolivia dijo No”.
Otros problemas que surgieron fue que el judoca Martín Michel prefirió no participar por la falta de apoyo, mientras el entrenador y exatleta Mariano Mamani denunció que el Estado “no ha dado ni un vaso de agua” y que los deportistas y sus familias son los que corren con todos los gastos de entrenamiento, compra de equipo deportivo y otros.
Los boxeadores de élite Óscar Ardaya y José Cuéllar entrenaron en el regimiento EMSE de Tarata y comen, en el desayuno, sólo pan y té. El resto del día tenían la misma dieta que los soldados, que no era adecuada para deportistas. Por las duras condiciones de vida dentro del regimiento, 18 boxeadores decidieron abandonar el lugar y buscar otros recintos para entrenar.
Hubo caos también en la entrega de viáticos, los uniformes distribuidos muchas veces eran muy pequeños o muy grandes para los deportistas, los atletas no tuvieron alojamiento y transporte garantizado, etc.
A ello se suman inconvenientes como la seria lesión del medallista Bruno Rojas (por entrenar en una superficie que no era la adecuada) y la caída del equipo de remo a las aguas de La Angostura.
La falta de apoyo del Gobierno hizo que cinco atletas decidieron nacionalizarse y obtener el pasaporte de Colombia, Argentina o Perú. Ellos son los raquetbolistas Mario Mercado, María José Vargas, Natalia Méndez y Adriana Riveros; y Cristian Morales (tirador).
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