Su corazón latía más fuerte que nunca y la adrenalina se apoderaba de su cuerpo, mientras la inmensidad del paisaje que veía bajo sus pies la dejaba sin aliento. En cuestión de cinco horas, y con sólo 13 años, Patricia Altamirano había conquistado su primer nevado: el Huayna Potosí.
Este primer encuentro con la montaña fue determinante para el inicio de una carrera dedicada al andinismo, rompiendo la hegemonía masculina en el país y consolidándose como la primera guía de montaña boliviana.
Hoy, a sus 28 años, aún puede sentir esa eufórica sensación que compartió junto a su padre, Miguel, quien cuando era escalador, la llevó a la cima de aquel nevado de 6.088 msnm, sin pensar que esa experiencia marcaría el destino de su hija.
"Fue una experiencia única. Después de ese ascenso, sólo quería escalar más y más montañas”, recuerda Patricia, quien vivía en una casa a los pies de este nevado y, al estar cerca del refugio donde se inicia el ascenso, nunca dejó de practicar este deporte y empezó a tener contacto con turistas.
Jamás sabrá a ciencia cierta si fue cuestión de suerte o destino, pero a los 14 años un guía americano que estaba de paso en Bolivia le obsequió una beca para un curso de montañismo en Canadá, incluso cubriendo sus pasajes y estadía por un año.
Lejos de su país natal, Patricia vivió en los refugios de alta montaña para aprender a esquiar, escalar en palestras y, sobre todo, a guiar clientes. Además, como parte de su formación, logró hacer cumbre en nevados de Canadá y también de Suiza.
Esta experiencia, sin embargo, no significó un pase libre para trabajar en agencias de turismo, pues primero se vio obligada a ganar la confianza de sus colegas que todavía no concebían que una mujer guiara a los clientes hacia la cima de los nevados.
"A mis 15 años quería ser guía pero no me dejaban en la asociación. Le decían a mi papá que si me ocurría cualquier accidente, ellos no se harían responsables y que tenía que hacer lo mismo que un hombre”, recuerda.
Sin intimidarse ante las advertencias, Patricia aceptó todos los desafíos y, respaldada por el montañista Juan Villarroel -que siempre creyó en su capacidad- a sus 17 años vivió su primera experiencia como guía en el Illampu, un nevado que entonces no conocía y que aún considera el más difícil de escalar por la técnica que requiere.
Desde entonces, su carrera marchó viento en popa, conquistando en más de una oportunidad los picos del Illimani, el Condoriri, la Cordillera Quimsa Cruz, el Charquini y, por supuesto, el Huayna Potosí y el Illampu.
Estas expediciones, aunque solían ser repetitivas y frecuentes, siempre significaron una victoria para esta escaladora innata, quien jamás deja de impresionarse por la inmensidad de los paisajes que contempla desde arriba.
En cuestión de un año, Patricia no sólo había ganado el respeto y apoyo de sus colegas, sino que se hizo de fama con clientes extranjeros que hacían reservas anticipadas para escalar con ella.
Esto, sin duda, significó un esfuerzo físico. Algunas épocas debía escalar a diario y otras tenía opción de descansar uno o dos días antes de empezar una nueva travesía por los nevados.
"Este ritmo no era tan agotador. Es más, cuando no tenía clientes, en temporada baja, me iba con mis amigos a escalar en roca o porteaba a turistas, como un entrenamiento personal”, asegura.
Su constante preparación con la práctica diaria y los cursos que tomaba, impidieron que sufriera un accidente por negligencia propia. Pero sólo se mantuvo invicta hasta 2008, cuando una avalancha de roca la golpeó con fuerza a sólo metros de hacer cumbre en el Huayna Potosí.
En cuestión de segundos, Patricia se aseguró que los dos clientes que iban con ella estén resguardados, pero como no tuvo tiempo para esconderse, pronto la piedra la empujó seis metros y perdió el conocimiento.
Después de seis horas de espera, con una pierna dislocada y el cuerpo inmóvil, finalmente llegaron a rescatarla con una camilla sobre un esquí en la que la deslizaron hasta los pies del nevado.
Al llegar al hospital más cercano, el diagnóstico fue aterrador: Patricia no volvería a caminar porque había sufrido una fractura en su columna y perdió la sensibilidad de su pie.
Postrada por una semana y con la impotencia latente, finalmente decidió rebatir el dictamen médico, tomando muletas y bastones para recobrar la movilidad en su pierna. En un par de meses, y para sorpresa de todos, Altamirano volvió al ruedo con más fuerza que nunca.
Cuatro años después de este episodio, esta mujer de acero nuevamente colgó las botas y crampones para dedicarse a un nuevo oficio: la maternidad. No obstante, continuó con los ascensos hasta sus cinco meses de embarazo y los retomó cuando su primogénita Maya había cumplido su primer año.
"Sabía hasta dónde podía llegar, así que sólo aceptaba montañas que eran más sencillas. Esto no fue un riesgo para mi salud ni para mi hija”, comenta con la tranquilidad que le caracteriza.
Al poco tiempo, Patricia recibió la noticia de un nuevo embarazo que, al igual que el primero, no la limitó. "Estábamos construyendo el refugio Casa de Guías en el campamento alto del Huayna, así que tenía que subir todos los días con los materiales”, agrega.
A un mes de dar a luz, Altamirano tiene pensado retomar su actividad en las montañas en un año más. Para ella, la montaña no sólo formó su carácter, sino le permitió atesorar experiencias que le llenan de satisfacción, al saber que fue un instrumento para que otros conquisten nevados y sientan esa misma adrenalina que sintió hace 15 años.
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