Moldear el cuerpo. Resaltar la masa muscular, exagerar su desarrollo. De esto se trata el fisicoculturismo. Detrás de esta práctica hay un ideal de belleza y de poder, sobre todo masculino, si bien en el último tiempo también las mujeres esculpen su cuerpo. ¿Qué es bello? Pues, a juzgar por los resultados, es el énfasis en el crecimiento de hombros y pantorrillas (gemelos) y la estrechez de la cintura. Se dice que los griegos de los tiempos clásicos marcaron la impronta de lo que se debe entender como bello. Los dioses que esculpieron a imagen y semejanza de los humanos plantearon el ideal: un cuerpo humano musculoso, poderoso.
Los franceses recuperaron esta utopía corporal para catapultarla como disciplina deportiva, como ideal del hombre atlético entre los siglos XVI y XIX. Pero su carácter exhibicionista, aquel deporte espectáculo que hoy atrae a millones de seguidores, concursantes y que también reporta millones de dólares a organizadores de eventos como el Mister Universo o el Mister Olympia, tuvo como padre al prusiano Eugen Sandow, quien recuperó el imaginario estético griego y organizó, en 1901, el primer torneo de esta índole, en Londres. Su máximo aporte para el fisicoculturismo moderno fue la creación de “la pose”, esa técnica coqueta, vanidosa, infaltable en las competiciones actuales.
Pero, el fisicoculturismo no sólo es músculos imponentes, hipertrofiados a plan de ejercicios, levantamiento de pesas, sino implica una dieta rigurosa, rica en proteínas y carbohidratos; todo ello acompañado de un descanso mínimo de ocho horas para reparar las fibras lastimadas por el esfuerzo físico, que parece sobrehumano. En resumen, es todo un hábito, una cultura.
Una que ha seducido también a mujeres, que rompen los cánones de la belleza femenina tradicional y se empeñan por tener músculos rebosantes; aunque han aparecido modalidades que dan mayor realce a la figura femenina y que han alimentado el glosario de la disciplina con términos como Bodyfitness y Fitness.
Documentalista
Un seguidor de las competiciones de este deporte en regiones como Santa Cruz y Potosí es el fotógrafo Julio González Sánchez. Desde hace dos años inmortaliza episodios tras bambalinas que muestran a los participantes en sus rituales previos para enfrentarse con el veredicto de los jueces y el público. Su interés no es mostrar los mejores cuerpos, ni los ganadores, sino la precariedad de estos eventos que no coinciden con el esfuerzo físico y económico de las personas que cultivan su cuerpo para ser parte de este mundo. González retrata así músculos que se preparan no en salas de calentamiento, sino en canchones, patios o baños; o concursantes que a falta de presupuesto y patrocinio, broncean y hacen brillar la piel no con pinturas o cremas, sino con mezclas de crema de zapato y aceite.
Pero esas limitaciones no parecen contar para los cultores del cuerpo, lo importante es competir y esculpir el cuerpo palmo a palmo. “Me vale si me veo con más músculos que curvas, lo principal es que el fisicoculturismo me hace tener una vida sana”, afirma Lidya Camacho, paceña que ha incursionado hace dos años en la disciplina y quiere ser campeona nacional. “El fisicoculturismo es mi estilo de vida, lo adopté porque amo mi cuerpo. Me incentiva ser campeón y cultivo este deporte las 24 horas del día”, declara Willy Méndez, un moderno gladiador cruceño.
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