Perplejo e impotente, pero ante todo, preocupado. Así es como Richard Fernández observa cómo unos policías, abogados y representantes del Ministerio de Obras Públicas irrumpen en la zona de los boxes para caballos en el espacio para deportes ecuestres del Club Hípico de Cochabamba.
Los cuatro frentes del Hipódromo en la zona oeste de la ciudad han sido flanqueados y la puerta de la avenida Beijing está fuertemente custodiada por uniformados, mientras representantes del Ministerio, un notario y un oficial de diligencias del juzgado 12 civil, registran los poco más de 30 caballos que allí permanecen, además de otros bienes.
Con esta acción, el Estado Boliviano cumple la Ley 668 del 25 de marzo de 2015, que declara “de necesidad y utilidad pública la expropiación de bienes inmuebles para la construcción de un estadio en la ciudad”. Pero al mismo tiempo, cierra medio siglo de historia de un espacio inicialmente concebido para el funcionamiento de un hipódromo, el único del país con esas características y que fue cedido en 1967 por la familia del Barón del Estaño, Simón I. Patiño (cuatro hectáreas), a la administración del actual Club Hípico Cochabamba que adquirió las restantes 14.
Para Richard, este cuidador que pronto pisará los 30 años y que durante el último lustro estuvo a cargo de esos animales junto a otros dos responsables, nada de eso parece importar. Lo único que en realidad le preocupa es que la rutina diaria de esos imponentes animales se ha roto y que deben marcharse pronto, pese a que no existe todavía un lugar para trasladarlos. Y es que sus caballos, que en realidad no son suyos pero los siente así, necesitan un espacio adecuado para descansar, alimentarse, relajarse y entrenarse.
El cuidador pasa 11 horas al día asegurándose de que los caballos tomen su alimento balanceado a las 7:30, coman cebada a las 12:00, caminen durante dos horas, tengan su ración de alfa alfa lista a las 18:00 y beban sus 40 litros de agua a lo largo de la jornada. “Eso no puede ocurrir en el jardín de una casa”, murmura.
La realidad es fría. Pese a todo, el mandamiento de “ desempoderamiento” en favor de Obras Públicas del Estado emitido hace seis meses por el Juez Édgar Balderrama del Juzgado 12 civil, en el proceso de expropiación de los terrenos del Hípico para la construcción de un estadio para 60 mil personas, indica que Deportes Ecuestres y el Tenis, de los socios; así como Real Cochabamba, el Automóvil Club y la administración del Club House, que alquilan, deben irse. Y con ellos, más de medio millar de niños y jóvenes deportistas que cederán los 185 mil metros cuadrados de terreno para que comiencen las obras.
De nada sirvió la apelación de la administración del Club Hípico sobre la orden de toma de los predios del Juzgado 12 civil ante el Tribunal Constitucional de Sucre, pues el dictamen final refrendó la determinación que aplica la Ley 668 e instruye el “desempoderamiento” de esos predios incluso con el uso de la fuerza pública “si fuese necesario”. Y el Ministerio lo hizo, tal como lo advirtió mediante una última notificación hace dos semanas.
Así se puso fin a un ciclo de cincuenta años de un espacio que en los setenta fue un bastión y referente del desarrollo de la mancha urbana de la ciudad hacia la zona oeste, dando lugar a las primeras urbanizaciones contemporáneas. Entre ellas Motorbol, Villa Bush, parte de Villa Montenegro y Sarco. Y que se convirtió en el eje de confluencia de las principales avenidas de la zona como la Blanco Galindo, Melchor Pérez de Olguín, D´orbigní y Beijing.
En los ochenta, el Hipódromo acogió nostálgicas competencias y apuestas tipo Palermo en Argentina, con figuras simbólicas como el legendario caballo Fosforín. Ese mismo espacio se reinventó como Club Hípico con la captación de nuevos socios en los noventa y que albergó dos referentes de la vida moderna como el IC Norte y la Clínica Los Olivos.
Pero Richard se mantiene ajeno a todo el trámite legal que cierra un capítulo histórico en Cochabamba, enseña al último de sus animales, “hay que buscar un lugar para los caballos”, repite para sí mismo mientras se va y tras él las puertas del Club Hípico, las del viejo Hipódromo, se cierran para siempre.
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