02 septiembre 2013

Estrés y deporte, una relación peligrosa

Un gran porcentaje de lesiones se relacionan con un exceso de estrés emocional, que al fin y al cabo repercute en nuestro estado físico: más cansancio, menos energía y menor capacidad para soportar un esfuerzo físico. Cuando estamos atravesando una época de mucho estrés, tenemos que valorar si salir a entrenar o con qué intensidad lo hacemos, porque podemos caer víctimas de una lesión muscular o articular.

Las épocas de mucho estrés se relacionan con problemas personales o laborales. Problemas que nos pueden llevar a alimentarnos mal, a no tener un descanso adecuado y a tener un desgaste excesivo. Todos estos factores disminuyen la capacidad de nuestro organismo para afrontar un entrenamiento en condiciones óptimas. Todo el mundo puede tener un mal día en el trabajo, pero si llevas varios días, mejor que tu objetivo sea descansar y liberarte de ese estrés acumulado.

Cuando salimos a entrenar a diario o tenemos un objetivo en mente nos resulta muy complicado parar. Pero si estamos pasando una época de estrés fuerte y continuamos con entrenamientos intensos, estamos agravando la situación. Aprovecha para hacer actividades de relajación y reducir toda esa ansiedad que te va desgastando y mermando tu rendimiento.

La capacidad de respuesta del sistema inmunológico es otra clave en épocas de estrés, porque disminuye el poder defensivo del organismo. Estar estresado es similar a entrar en estado de sobre entrenamiento: no tienes las mismas sensaciones al entrenar, siempre estás cansado y no puedes dormir ni comer bien. Primero tienes que quitar el estrés y luego seguir con los entrenamientos intensos.

Indicadores como: problemas para conciliar el sueño, aparición de tics físicos, falta de apetito, aparición de enfermedades leves o preocupación y pensamiento constante en un tema, pueden hacernos dar cuenta de que estamos en una época de mucho estrés. Párate, piensa cómo solucionarlo y aparca los entrenamientos por unos días para evitar lesiones.

Síntomas

Habitualmente, una fractura por estrés viene acompañada de dolor unido con la actividad, y, por lo tanto, que cede con el reposo del miembro afectado. Con la actividad continua y la consecuente fractura ósea, el dolor usualmente se vuelve constante. Los síntomas a menudo se presentan por dos a tres semanas, pero pueden llegar a complicarse hasta cinco semanas o más. Los resultados del examen físico y la palpación arrojan dolor localizado, edema, aumento de temperatura y eritema (enrojecimiento de la piel).

Para un diagnóstico acertado de una fractura por estrés, se debe realizar una completa exploración biomecánica, buscando principalmente desequilibrios musculares, debilidad, rigidez o disimetrías si la lesión se halla en miembros bilaterales.

La localización de este tipo de lesiones es especialmente difícil, ya que se suele confundir con lesiones musculares comunes (tendinitis, sobrecargas, etcétera). Por ello, el historial deportivo del paciente y su actividad diaria, tanto deportiva como laboral, puede ayudar a su detección. El diagnóstico temprano es esencial para evitar complicaciones y lograr un retorno deportivo lo antes posible.

Entre los estudios utilizados para diagnosticar las fracturas por estrés se encuentran:

Radiología: poco efectiva para realizar un diagnóstico temprano, ya que detecta cambios óseos evidentes y en forma tardía.
Centello grama óseo con tecnecio 99: estudio de medicina nuclear con alta sensibilidad para captar zonas de alto intercambio osteo-cálcico.

Resonancia magnética: muy útil para el diagnóstico precoz evidenciando áreas de edema óseo medular, así como partes blandas adyacentes.

TAC: es el método de más alta especificidad, por la definición de la estructura ósea y resolución espacial.



Fracturas por estrés

Se considera fractura a la falta de continuidad en una estructura ósea. En la mayoría de los casos, estas fracturas son consecuencia de acciones traumáticas. En el caso de las fracturas por estrés, el resultado viene dado por una reiteración prolongada y repetitiva de fuerzas o micro traumatismos de bajo impacto.

El tejido óseo se compone fundamentalmente de colágeno, un material visco elástico orgánico. Este material responde a las agresiones externas recomponiendo los daños producidos. Si las agresiones son demasiado consecutivas, los daños superan la capacidad reparadora de este material. Es entonces cuando se rompe el equilibrio destrucción-reparación, y se crea una fractura por estrés.



Tipos de fracturas por estrés

Los deportistas pertenecen al rango de la sociedad con mayor posibilidad de sufrir este tipo de lesiones. Por el origen y el mecanismo de producción, las fracturas por estrés nacen en función de la actividad que se desarrolle, de esta forma se puede hacer una clasificación según el deporte practicado y sus estructuras más expuestas:

•Voleibol: tibia, metatarso y cúbito.
•Danza o fútbol: metatarso.
•Maratonistas: tibia, metatarso y pelvis.
•Baloncesto: primera costilla.
•Golf: costillas inferiores.

Por otro lado, las fracturas por estrés también pueden ser catalogadas siguiendo criterios específicos: la zona afectada, el tiempo de curación, la posibilidad de complicaciones como retraso de consolidación, pseudo artrosis o soldado de fractura en casos de lesiones parciales. En función de estos criterios, se pueden clasificar en dos grandes grupos:

Fracturas de bajo riesgo

Tienen un pronóstico favorable, tratadas con la simple rescisión de la actividad. Por ejemplo: extremidad superior (clavícula, escápula, húmero, cúbito, radio, escafoides, metacarpianos…), costillas, vértebras lumbares, pelvis, fémur (diáfisis), tibia (diáfisis), peroné, calcáneo.

Fracturas de alto riesgo

Mayor posibilidad de retardo de consolidación o pseudo artrosis, especialmente si el diagnóstico es tardío. Por ejemplo: fémur (cuello), tibia (maléolo tibial), astrágalo, escafoides tarsiano, metatarsiano (base).



Tratamiento

A grandes rasgos, el tratamiento consiste en separar al paciente de su actividad deportiva e identificar y corregir los factores predisponentes. Posteriormente, de acuerdo a cada fractura en particular, hay que evaluar la conveniencia o no de inmovilizar la zona afectada. El protocolo ante este tipo de lesiones se focaliza en efectuar actividades de bajo o nulo impacto como las que se realizan en piscina. La práctica de ejercicios en gimnasio también favorece la recuperación de estas fracturas, ya que no implican traumatismo para la estructura ósea dañada.

Paralelamente se avanza en la rehabilitación fisioterapéutica hasta que ceda el dolor, antes de reiniciar las actividades deportivas habituales en forma gradual. Es primordial, en todos los casos, respetar los tiempos biológicos hasta la recuperación total de estas fracturas y el retorno gradual para evitar recidivas (reaparición del tumor maligno tras un periodo más o menos largo de ausencia de enfermedad).

Por otro lado, los antiinflamatorios no esteroideos (AINE) pueden aliviar el dolor, aunque existen serias dudas sobre su uso para las fracturas por estrés, debido a su posible afectación adversa a la cicatrización de dicha fractura. Por lo tanto, el reposo es lo más importante cuando se presenta una fractura de este tipo. Esto incluye evitar la actividad que causó la fractura y otras actividades que causen dolor. El tiempo de reposo necesario se sitúa entre las seis y ocho semanas.

Prevención de una fractura por estrés

Debido al concepto óseo de esta lesión, no existe sistema alguno de prevención estandarizado. Un buen calentamiento antes de comenzar las rutinas físicas, una dieta rica en calcio y minerales, una ordenada adecuación a la carga de entrenamientos así como respetar los tiempos de descanso entre esfuerzos, pueden ser consejos útiles a la hora de prevenir este tipo de afectaciones.

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